Esa mujer tenía un vestido lleno de manzanas verdes como la hierba de mi pueblo, hasta daban ganas de plantarlo para que saliese un árbol que diera vestidos. Esa mujer dijo que se llamaba Rosa, y de repente, el vestido tenía rosas rojas como la sangre.
Decía que podía cambiar mis emociones y mi manera de ser.
Al cabo de un rato de meditación sobre lo que iba a pedir, se había formado una silla debajo de mí para que me sentara y se me ocurrió que me cambiase para que fuese un niño más atlético, y que me gustase cometer errores para no disgustarme cuando me pasaran y para no cansarme al hacer grandes esfuerzos físicos como correr dos kilómetros, y me conocerían no solo como el niño que se cansa y que sabe mucho, me conocerían como el niño más deportivo de ese lugar y de mi pueblo.
Así que le pedí que me convirtiera en eso y sacó una varita por arte de magia, hizo un conjuro y me lanzó unos polvos. Empecé a sentirme diferente, con ganas de correr toda una maratón.
Fin.
¡Muy bien! Todo perfecto.
ResponderEliminar